Atrapado en cubos rotantes, coloco mis cinco
dedos sobre la tierra profesando un acto de fe. No pretendía realizar alquimia,
ni mucho menos una ciencia abstracta que cuantifique mi conocimiento. Quería
encontrar la piedra de la vida, derretirme en sus brillos y transmutar
eternamente en formas de éter y luz.
Los octaedros se comprimen poco a poco a manera
equidistante, dos paredes de fuego sufren petrificación al contacto de la
fusión hídrica. Cortante mi aire rayan los muros, escrituras en sanscrito y
latín se combinan para mostrarme un origen. Tanta información para un simple
mortal apuñala la realidad, mis ojos se vuelcan y regresan. Incontrolable los
secretos de una estrella. Prácticamente me volví geomante al instante.
La masa de mi cuerpo se torna terracota, los
pasos cada vez son más pesados y el crujir geométrico se asimila más al
estómago del universo. Casi mudo, casi ciego, casi pleno; mi alma de hielo
congela el cosmos, o más bien el cosmos congela mi ser. El cabello cae y de
cada fibra explota la pólvora en palabras. Sobre mi cabeza dos soles lúcidos me
advirtieron que no debía estar en esta habitación.
Quería hablar, sin embargo todo ya estaba
dicho. Esa figura sublime sabe que tonto soy, sabe que el caos reina en mí,
pude ver como notó mi presencia. Al tacto de la razón me muestra la salida, no
se ve molesto. Creo que siente lastima de la humanidad. Me reveló las lágrimas
de su creación, tristes cascadas de vidrio manchan la superficie del poliedro,
al caer una gota de un sol, el agujero en mi pulmón se amplificó. Vibrante el
mar de la habitación paralizó los músculos de arcilla sólida que poseía, mis
pies se unieron con el suelo y al sonar un hálito polar caí muerto de nuevo en
barro.
Momentáneamente se formaron unas ampollas palpitantes
entre las esquinas que reventaron al sentir el frío del aire y me cubrió una
viscosa miel plateada. Movimientos convexos volvieron a formar el octaedro. De
él surgieron celdillas de diminuto tamaño, a mi cabeza vino la imagen de un
panal. Dentro de cada espacio flotaba una llama azul con cinco esquinas de
cristal verde, simulaban la inflorescencia del rey Astro. Hipnotízate, la flama
inició un incendio y así deslumbré la habitación del universo en combustión ígnea.
No recuerdo más. Desperté en la entrada de la habitación
con mi forma trivial. Hice caso omiso a la salida. Mi curiosidad humana quería volver
a ver el paraíso, el limbo de la simple existencia. Quería volver a ver los ojos
del todo. Sin embargo, una vez escuché, pero callé y otra vez sentí, pero morí.
Después de aquella fecha no volví a ser la misma persona, ya nada tenía sabor y
ni emoción. Volví a mi rutina como estudiante, pero mi esencia ya no estaba en este planeta. Creo que me desterraron y solo conservo los elementos de la materia .