martes, 20 de enero de 2015

Los ojos de Ópalo.

Prefacio de la Ironía.
La esfinge finge sentir y vivir. Ella quiere imitar a los mortales, pero no, los dioses creen que le falta un corazón. Nació bella como musa y fue rechazada a una estatua antigua que abomina los bajos territorios del hombre. De nacimiento ciega, cobra vidas para alimentar su propio rencor. Las antorchas guían a sus muertos de monedas por ojos, Momus se mofa de los hijos prodigiosos.
La esfinge odia a los mortales. Su padre le engañó y dijo que un ser vivo no es más que un pasajero fugitivo de los cielos. Caído para volver.
Un milenio atrás las leyes del guardián fueron escritas en las paredes y cualquiera que contradiga su decir será sepultado en un tormento de locura, inclusive el propio guardián...

El llanto de una Esfinge.
Desterrado por mi padre, soy la vergüenza de Grecia, nunca tuve mujer y mis ansias de morir aumentan cada día con el despertar del sol, mis actos no tienen perdón. Débilmente me quejo del hambre que es un estorbo pecaminoso, sin fuerzas me tiro sobre las arenas para descansar el alma. Sin previo aviso y al unísono con mi aliento, algo desconocido sobresalta mi soledad. Un agujero a medio desierto se abre, me tumba de espaldas y me traga por completo en un abismo. Fui consumido por la tierra y arrojado a la inmensidad del Tártaro. 

Al instante que recuperé la consciencia, una figura aparece ante mí. Sonó la voz de una deidad que gritó:
- ¿QUIÉN ERES?
Con un nudo en la garganta solté unas pocas palabras:
- Soy Ópalo, hijo del Eteocles y este hijo de Edipo, rey de Tebas.
- ¿Edipo? – Se interesó entre la penumbra.
- El mismo maldito que engañó a mí madre y a su madre – Me atreví a decir con esfuerzo.
- ¿Qué hace aquí un hombre de estirpe tan baja? – Replicó la voz.
- He caído por un agujero hasta tu morada. ¿Eres el Hades que gobierna los Inframundos?
Tras un breve silencio, me ignoró y volvió a gritar:
- ¡Dame tus ojos perverso mortal!
- ¿Para qué los quieres? – Respondí sin temor a morir.
- ¡Osas desafiar mis garras y colmillos con tan poca carne! Un hombre que de 4 ó 2 ó muy pronto 3 pies anda vagando por mi desierto es un parásito lastimoso para este mundo. ¿Vienes aquí con intenciones de morir?
- ¡MUESTRATE Y NO SERÉ YO QUÍEN TE MATE!
 De repente un estruendo al interno del vacío intimido mi presencia. Las dunas me reprimieron a hasta el cuello. Y se acercó una hermosa silueta de mujer alada. Inicié un leve recorrido de abajo hacia arriba. Sus pies y manos lucían con garras de felino. Una cola de dragón salía desde la raíz de la espalda. Sus alas enormes brillaban en un tono ocre que sin esfuerzo alguno cubrían mi sombra, logré ver que goteaba sangre de ellas. Y al final vi su rostro. En la cúpula de aquel cuerpo de ninfa se hallaba la cabeza de un león. Magnificente para mis ojos, deslumbré sus ojos cubiertos por telas andrajosas.

- Y bien humano, dame esos ojos. Notó por tu olor que temes.
- Si te los doy, ¿me dejaras vivir? – Cobardemente traicioné mis deseos de cesar con la existencia, pero sentí una necesidad de años por preguntar.
- No sería justo, tengo cuentas por pagar con los de tu sangre – Por un momento percibí que era ella quién temía.
- Bien, entonces dame tu lengua. – Me atreví a decir sin pensar – He escuchado que una esfinge profesa los enigmas y secretos de los dioses. Así podría vociferar y gesticular con ella lo que yo quiera. No soy más que un ladrón que no sabe cómo hablar, quiero conocer una mujer y morir con ella. No te temo esfinge y sabes que es cierto. – De grandes mentiras me las he ingeniado para sobrevivir, sin embargo algo profundo y valiente me hizo enfrentarle.
- Humano, percibo que me conoces, te diré que ambiciono tener. Estoy cansada de vivir en este agujero, mi padre Tifón, dios de los huracanes me ha puesto en esta prisión, soy ciega y se avergüenza de mí por mi naturaleza. El tiempo me ha demostrado que existe un mundo más allá que estas arenas. Mi deseo es buscarlo y verlo con ojos de hombre. Sé que en un maldito humano me convertiré y mi vida será un ligero viento agitado por Noto del Sur. No me importa, la vida no es vida sin una muerte. Te diré que antes de morir, quiero ver y visitar a Gea, volar en libertad por los cielos. También sé que vuestra existencia antes morir desea hablar con eso que llaman mujer, debe de ser algo así como un complemento para el hombre.

Tras varios segundos de asombro, me di cuenta que realmente quería vivir por una sencilla razón: Poder amar a una mujer. Aún me pregunto si habrá sido una segunda oportunidad de los dioses. Además no sabía si confiar en este monstruo frente a mí. Pero ¿qué más puedo hacer? Estaba atrapado en las mazmorras del Tártaro. Respondí certeramente y sin analizarlo mucho:

-Un intercambio haremos. Te daré mis ojos de humano y tú me darás tu lengua de ninfa. Así lo poco de vida que tenemos podrá ser utilizado apropiadamente, ambos moriremos en paz. – La esfinge aceptó sin contradecir mi propuesta.

El pacto que con sangre se paga nos hizo íntimos conocidos. Le di mis dos ojos y ella una lengua escamosa. Debo admitir que la textura era distinta a mi lengua banal. Ella se quitó las telas que cubrían los dos orificios. Colocó cada esfera ocular con extremo cuidado y sin mover un solo musculo, logré sentir por primera vez como ella se transformaba en mujer. En mi imaginación y en la realidad sus garras se volvieron finas manos, su cola de dragón cayó pesada desmoronando unos tantos kilos de arena del techo. Su melena se convirtió en una cascada de cabellos castaños. Se podía notar todavía ligeros rasgos felinos, en especial sus ojos. Que se volvieron verdaderamente del color de un ópalo. Eran universos de agua y fuego en un cristal de membrana. Con esa presencia sentí paz y felicidad.

Un eco externo a las dunas la intimido. Cuando inesperadamente Tifón se hizo presente montando una gran quimera. Furioso, hizo que la arena rellenara la mazmorra. La quimera rugió y Tifón habló:
-Hija de la desgracia, te perdoné la vida convirtiéndote en la guardiana de mis actos. Sin embargo una ley del Olimpo no puede ser quebrantada y aunque seas vigilante de este lugar. ¡Condenada serás a un tormento de locura! – El dios del viento y la lluvia rió vengativamente y desapareció en un espejismo.

La Esfinge convertida en mujer ya no podía hablar. Las arenas nuevamente me sepultaron, estaba ahogado y sin poder decir nada. Completamente confundido sentí que tomó mi brazo y que volamos a lo alto de la celda, pues claramente sus alas no se habían caído hasta que viera la luz de Apolo. La mazmorra se iba destruyendo por partes, grandes deslizamientos nos azotaban y devolvían unos metros atrás, pero ella era fuerte y a duras penas logramos salir por el agujero inicial. Una vez de nuevo en tierra sus alas se derritieron con el sol, de ellas crecieron dos palmas de gran tamaño con la sombra ideal para cualquier viajante del Tanezrouft.
Ella me abrazó y sentí unos sollozos de felicidad, yo estaba paralizado aún, pero por inercia la abracé. Me di cuenta que sentía amor por la esfinge. A pesar de ese fuerte sentimiento, las palabras de un dios son opositoras al deseo de un mortal y la Esfinge, lo que era mi mujer soñada empezó a caer en pedazos de arena. Sin lograr ver la muerte, sentí como se deshacía entre mis manos, como el polvo la combinaba en un torbellino de arena. Gritando mi lengua también se volvió granos de sílice y en una agonía total recordé mi vida entera, en especial ese último día. Ese último tormento de locura.


Se dice que los ojos de Ópalo aún están perdidos en el desierto del Sahara.