La esfinge finge sentir y vivir. Ella quiere
imitar a los mortales, pero no, los dioses creen que le falta un corazón. Nació
bella como musa y fue rechazada a una estatua antigua que abomina los bajos
territorios del hombre. De nacimiento ciega, cobra vidas para alimentar su
propio rencor. Las antorchas guían a sus muertos de monedas por ojos, Momus se
mofa de los hijos prodigiosos.
La esfinge odia a los mortales. Su padre le
engañó y dijo que un ser vivo no es más que un pasajero fugitivo de los cielos.
Caído para volver.
Un milenio atrás las leyes del guardián fueron
escritas en las paredes y cualquiera que contradiga su decir será sepultado en
un tormento de locura, inclusive el propio guardián...
El llanto de una Esfinge.
Desterrado por mi padre, soy la vergüenza de
Grecia, nunca tuve mujer y mis ansias de morir aumentan cada día con el
despertar del sol, mis actos no tienen perdón. Débilmente me quejo del hambre
que es un estorbo pecaminoso, sin fuerzas me tiro sobre las arenas para
descansar el alma. Sin previo aviso y al unísono con mi aliento, algo
desconocido sobresalta mi soledad. Un agujero a medio desierto se abre, me
tumba de espaldas y me traga por completo en un abismo. Fui consumido por la
tierra y arrojado a la inmensidad del Tártaro.
Al instante que recuperé la consciencia, una
figura aparece ante mí. Sonó la voz de una deidad que gritó:
- ¿QUIÉN ERES?
Con un nudo en la garganta solté unas pocas
palabras:
- Soy Ópalo, hijo del Eteocles y este hijo de
Edipo, rey de Tebas.
- ¿Edipo? – Se interesó entre la penumbra.
- El mismo maldito que engañó a mí madre y a su
madre – Me atreví a decir con esfuerzo.
- ¿Qué hace aquí un hombre de estirpe tan baja?
– Replicó la voz.
- He caído por un agujero hasta tu morada.
¿Eres el Hades que gobierna los Inframundos?
Tras un breve silencio, me ignoró y volvió a
gritar:
- ¡Dame tus ojos perverso mortal!
- ¿Para qué los quieres? – Respondí sin temor a
morir.
- ¡Osas desafiar mis garras y colmillos con tan
poca carne! Un hombre que de 4 ó 2 ó muy pronto 3 pies anda vagando por mi
desierto es un parásito lastimoso para este mundo. ¿Vienes aquí con intenciones
de morir?
- ¡MUESTRATE Y NO SERÉ YO QUÍEN TE MATE!
De
repente un estruendo al interno del vacío intimido mi presencia. Las dunas me
reprimieron a hasta el cuello. Y se acercó una hermosa silueta de mujer
alada. Inicié un leve recorrido de abajo hacia arriba. Sus pies y manos lucían con
garras de felino. Una cola de dragón salía desde la raíz de la espalda. Sus
alas enormes brillaban en un tono ocre que sin esfuerzo alguno cubrían mi
sombra, logré ver que goteaba sangre de ellas. Y al final vi su rostro. En la
cúpula de aquel cuerpo de ninfa se hallaba la cabeza de un león. Magnificente
para mis ojos, deslumbré sus ojos cubiertos por telas andrajosas.
- Y bien humano, dame esos ojos. Notó por tu
olor que temes.
- Si te los doy, ¿me dejaras vivir? –
Cobardemente traicioné mis deseos de cesar con la existencia, pero sentí una necesidad
de años por preguntar.
- No sería justo, tengo cuentas por pagar con
los de tu sangre – Por un momento percibí que era ella quién temía.
- Bien, entonces dame tu lengua. – Me atreví a
decir sin pensar – He escuchado que una esfinge profesa los enigmas y secretos
de los dioses. Así podría vociferar y gesticular con ella lo que yo quiera. No
soy más que un ladrón que no sabe cómo hablar, quiero conocer una mujer y morir
con ella. No te temo esfinge y sabes que es cierto. – De grandes mentiras me
las he ingeniado para sobrevivir, sin embargo algo profundo y valiente me hizo enfrentarle.
- Humano, percibo que me conoces, te diré que
ambiciono tener. Estoy cansada de vivir en este agujero, mi padre Tifón, dios
de los huracanes me ha puesto en esta prisión, soy ciega y se avergüenza de mí
por mi naturaleza. El tiempo me ha demostrado que existe un mundo más allá que
estas arenas. Mi deseo es buscarlo y
verlo con ojos de hombre. Sé que en un maldito humano me convertiré y mi vida
será un ligero viento agitado por Noto del Sur. No me importa, la vida no es
vida sin una muerte. Te diré que antes de morir, quiero ver y visitar a Gea,
volar en libertad por los cielos. También sé que vuestra existencia antes morir
desea hablar con eso que llaman mujer, debe de ser algo así como un complemento para el hombre.
Tras varios segundos de asombro, me di cuenta
que realmente quería vivir por una sencilla razón: Poder amar a una
mujer. Aún me pregunto si habrá sido una segunda oportunidad de los dioses.
Además no sabía si confiar en este monstruo frente a mí. Pero ¿qué más puedo
hacer? Estaba atrapado en las mazmorras del Tártaro. Respondí certeramente y
sin analizarlo mucho:
-Un intercambio haremos. Te daré mis ojos de
humano y tú me darás tu lengua de ninfa. Así lo poco de vida que tenemos podrá
ser utilizado apropiadamente, ambos moriremos en paz. – La esfinge aceptó sin contradecir
mi propuesta.
El pacto que con sangre se paga nos hizo
íntimos conocidos. Le di mis dos ojos y ella una lengua escamosa. Debo admitir
que la textura era distinta a mi lengua banal. Ella se quitó las telas que cubrían
los dos orificios. Colocó cada esfera ocular con extremo cuidado y sin mover un
solo musculo, logré sentir por primera vez como ella se transformaba en mujer.
En mi imaginación y en la realidad sus garras se volvieron finas manos, su cola
de dragón cayó pesada desmoronando unos tantos kilos de arena del techo. Su
melena se convirtió en una cascada de cabellos castaños. Se podía notar todavía
ligeros rasgos felinos, en especial sus ojos. Que se volvieron verdaderamente
del color de un ópalo. Eran universos de agua y fuego en un cristal de
membrana. Con esa presencia sentí paz y felicidad.
Un eco externo a las dunas la intimido. Cuando inesperadamente
Tifón se hizo presente montando una gran quimera. Furioso, hizo que la arena
rellenara la mazmorra. La quimera rugió y Tifón habló:
-Hija de la desgracia, te perdoné la vida convirtiéndote
en la guardiana de mis actos. Sin embargo una ley del Olimpo no puede ser
quebrantada y aunque seas vigilante de este lugar. ¡Condenada serás a un
tormento de locura! – El dios del viento y la lluvia rió vengativamente y
desapareció en un espejismo.
La
Esfinge convertida en mujer ya no podía hablar. Las arenas nuevamente me
sepultaron, estaba ahogado y sin poder decir nada. Completamente confundido
sentí que tomó mi brazo y que volamos a lo alto de la celda, pues claramente sus
alas no se habían caído hasta que viera la luz de Apolo. La mazmorra se iba
destruyendo por partes, grandes deslizamientos nos azotaban y devolvían unos
metros atrás, pero ella era fuerte y a duras penas logramos salir por el
agujero inicial. Una vez de nuevo en tierra sus alas se derritieron con el sol,
de ellas crecieron dos palmas de gran tamaño con la sombra ideal para cualquier
viajante del Tanezrouft.
Ella me abrazó y sentí unos sollozos de felicidad,
yo estaba paralizado aún, pero por inercia la abracé. Me di cuenta que sentía
amor por la esfinge. A pesar de ese fuerte sentimiento, las palabras de un dios
son opositoras al deseo de un mortal y la Esfinge, lo que era mi mujer soñada empezó a caer
en pedazos de arena. Sin lograr ver la muerte, sentí como se deshacía entre mis
manos, como el polvo la combinaba en un torbellino de arena. Gritando mi lengua también se volvió granos de sílice y en una agonía total recordé mi
vida entera, en especial ese último día. Ese último tormento de locura.
Se dice que los ojos de Ópalo aún están perdidos en el desierto del Sahara. |