viernes, 10 de marzo de 2017

Clásicos Sueños

Fueron sólo diez segundos de alucinantes movimientos, esos espectros que pasan a través de la ventana quieren bailar con nuestros recuerdos. El reflejo de un cuerpo flotando, en medio del salón. Sin pies se iba alzando a una medida equidistante a su altura. Llegó entonces el momento de pronunciar su nombre y justo allí; cuando el grito evocaba la expresión desesperante de asombro, se tumbó de nuevo al suelo y despareció como los rastros de humos andantes en el espacio. Las velas que iluminaban los rincones más profundos hicieron un flash de delirio y el silencio llenó la habitación colmando el suspenso a otros diez segundos alucinantes, ligeramente en la pared un reloj proclamaba un Tic-Tac de alta complicidad y las gotas de la llovizna acariciaban con pesados sonidos el tejado metálico. Allá a las fueras del dominio, dicen las malas lenguas de aquellas personas supersticiosas, que por mi casa el día no tiene sentido y cuando es de noche la locura se mofa del frío, no hay vecinos, ni visitantes; solo algunos objetos que me hablan en tiempos libres. Cercano al río las ranas hacen un concierto en medio del monte y la maleza y los grillos entonan en notas de Si menor los canticos antiguos del espectador boscoso. Ahí relativo al sol y sus brillos que dejaban impregnada en la piel el amarillo vivo de los días, estaban las inquietudes de mi mente. Y es que, ese fantasma no tiene sentido dicen las voces en el interior y los bloques de rocas caliza hacen pirámides amontonado pensamientos e historias paralelas a los libros con finales enigmáticos. ¿Así bien, será mi espejo quién hace una figuración del tiempo? Qué sé yo, nadie se inventa el destino. El poltergeist que soñé sigue siendo una confusa y tentadora realidad. Me explico tal vez, que el ambiente ionizado forma una estática óptica y que en el diámetro se fragmenta visualmente su presencia, pero no. Su inolvidable imagen ya no está. Estoy en una paradoja. Y es que los sueños vuelven y me recuerdan el sabor de sus besos, de los días que viajábamos en autobús y sin querer hacíamos la última parada solo para demorarnos unos minutos más caminando de la mano. Recuerdo esos efímeros instantes donde sus ojos penetraban mi alma y dejaban un susurro único en mi cabeza de amor. Esos instantes donde su cabello ondeaba sobre mi sombra y nos fusionábamos en un solo ser sin control, llenos de locura y esplendor. Sí, recuerdo los días que eran perfectos veranos y las mañanas de dulces voces, con papelitos de frases secretas que nos hacían dibujar una sonrisa eterna. Recuerdo cuando hablábamos de las hojas y su viaje en caída desde la copa del ficus hasta el suelo, con las ya hojas secas que yacían una sobre otra, de esa planeación y el significado de girar en el aire, como lo es ahora. Girando en el aire. Deslizando el filo del viento por el tiempo. Contando para volver a la misma travesía. Creyendo en el fantasma del recuerdo. En la esencia del momento. En la vida que no entiendo. En los diez segundos de alucinantes movimientos. Espero verte de nuevo en los clásicos sueños, espero que tus ojos verdes me llamen y me lleven a la inmensidad de la existencia. Y así tal vez, sin obligar la situación poder soltar el espíritu de la razón.