martes, 23 de junio de 2015

Entre paredes blancas.

Castello era el idioma oficial, habría libros ordenados y una crónica pensando del otro yo que vivió la semana pasada. Los jueves y viernes ofrecieron lágrimas de madera y el suficiente argumento para imaginar una luna plantada en la tierra. Que de sus raíces brotan los frutos estelares, largamente el tallo regala sombras y sobre los asteroides crecen flores del sol. Hay días que el polen es dulce como la piel de miel y las semillas de Andrómeda un fértil astro del universo.

Inmerso en un lente de macroscopio la tierra rota, la gravedad funde el alma al planeta y el sonido del espacio se hace explícito como el grito de Mercurio. Un vago viento sopla entre las ramas y los remolimos nacen y hacen respuesta. El viento lleva un pétalo a los labios como queriendo dar una sorpresa y sobre el rostro vive la dicha de una sonrisa. Basta figurarse conceptos de diccionarios y ciencias. La astronomía en una gota que gira, explota y replica. El epicentro de la catedral. Hay participios pasados que participan como en un curso de letras: hecho manifiesto; incluso descalzo. Más allá del jardín, los duendes drenan hojas del plástico y sacan cuarzo pulido, como los óxidos de silicio entre memorias de ojo por ojo. 

Profundamente el subconsciente toma control. Los techos del teatro, las manos de ballet, la orquesta de artesanos, la butaca vacía, los kamikaze en jubilo, los herejes sin magia, los eclipses de pizarra, la simetría cicatrizada, la constitución de la costilla de Eva, el aire inspirado, Judas ahorcado,  la mente de colores, los cimientos de la locura, la mente de números, los disparos en el agua, el rompimiento de palabras, la síntesis de sombras y la irregularidad de la oposición. 
Como quién dice partiéndose en pedazos de vidrio, así lo fue el espejo que con instrucciones dicta cómo verse. Así lo fue las historias que bajo tumbas de rocas descansan y mueren.